Estrategias para Superar el Miedo a la opinión ajena..
de nuestro columnista destacado el Lic. Matías Sosa
La idea de percibir, observar y prestar atención al entorno es una cualidad adaptativa del ser humano, o, en otras palabras, nos permite descubrir, identificar e interpretar nuestro mundo.
Las relaciones con nuestros pares influyen en la imagen social que queremos dar de nosotros mismos y las interacciones se prestan a la evaluación de la mirada del otro, cuyo objetivo final es la aprobación del resto.
No obstante, si desarrollamos el foco en modo «alerta», termina condicionando y determinando nuestras emociones, conducta y pensamientos para convertirse en un mecanismo difícil de controlar que puede llegar a obsesionarnos: el miedo al juicio ajeno.
Este miedo puede organizarse de varias maneras, pero suelen prevalecer dos formas: el temor a que nos hagan daño y a recibir una mala opinión de otras personas.
El primero hace referencia a centrar nuestra atención en la posibilidad de salir perjudicados de alguna forma, aunque no haya indicios razonables de que eso vaya a suceder. El segundo implica darles excesiva importancia a las opiniones del entorno (más si son personas significativas) acerca de nuestros logros, aspecto físico, forma de actuar, lo que decimos, lo que pensamos, etc.
Mediante estás interpretaciones (desde la psicología llamadas “proyecciones”) actuamos cómo si tuviésemos una bola de cristal en la cual “vemos” o adivinamos esas opiniones negativas, e incluso llegando a confundir nuestros pensamientos con la realidad y hasta justificándolo con “evidencias”.
Ahora bien ¿qué determina esta condición perceptiva? Múltiples factores y estos son algunas de ellos:
-La personalidad, que viene a ser la tendencia de pensar y de reaccionar ante los acontecimientos. Por ejemplo, si ante un error tendemos a afrontarlo con altos niveles de malestar y sufrimiento, aparecerá más fácilmente el temor a que se repita nuevamente.
–Factores hereditarios: tales como una mayor sensibilidad a la ansiedad y al estrés que generan formas de pensamiento y conductas des adaptativas.
-Nuestros aprendizajes: o las formas que aprendemos nuestros hábitos y que moldean la manera en cómo resolvemos conflictos.
-Las experiencias, en especial las que suceden en los procesos formativos de la niñez y adolescencia, nos modelan -cómo por ejemplo recibir críticas o comentarios negativos-, pueden provocar marcas en la conducta, llevarnos a evitar situaciones de exposición y a desarrollar un “sesgo atencional” que implica dirigir la atención de forma selectiva a unos estímulos por sobre otros.
¿Qué estrategias utilizar para manejar mejor este cuadro? Aquí algunas de ellas:
1.Identificar y ser conscientes de nuestra tendencia a adoptar una mirada temerosa a los pensamientos o lo que los demás puedan decir y de las experiencias que hemos tenido.
2. Realizar un análisis FODA (Fortalezas, Oportunidades, Debilidades, Amenazas) que nos permita definir con objetividad las limitaciones y fragilidades, tanto como valorar nuestras cualidades y fortalezas.
3.Poner a revisión constante el perfeccionismo, entendiendo que somos individuos perfectibles, no perfectos. La primera característica lleva a la superación y la autoconfianza; la segunda a la frustración y el desánimo.
4.Discriminar expectativas propias y ajenas, lo que equivale a reducir a la mitad el factor de preocupación y presión externa.
5. Buscar evidencia objetiva sobre lo que pensamos e interpretamos a partir de un hecho o acontecimiento, preguntándonos antes que respondiéndonos.
6. Relativizar: ante una dificultad o un error ¿actuamos igual con nosotros mismos que con los demás?
7. Entender que no toda crítica tiene que ser negativa, sino que depende de la situación y el contexto, por lo cual debemos desarrollar capacidades asertivas de comunicación tanto al hablar como al escuchar. Cuando nos sentimos con recursos personales para aceptar o manejar una opinión o un comentario negativo, ganamos seguridad, y reforzamos la valía personal, haciéndonos más fuertes frente a los factores externos.
Quizás peque de obvio y hasta parece una tontería reconocer hacia dónde tenemos que mirar al correr, pero no viene mal el recordatorio: de manera periférica, hacia el frente unos dos metros por delante de nosotros. Naturalmente hay variantes y situaciones especiales, más cuando corremos un buen rato.
¿Por qué es importante saber hacia dónde miramos? Porque puede limitar nuestro rendimiento o ayudarnos a ser más eficaces cuando salimos a correr. Cuando corremos y miramos hacia abajo limitamos la entrada de aire por las vías aéreas superiores, ya que este encuentra más resistencia hasta llegar a los pulmones.
Mirar constantemente hacia atrás o a los lados: tampoco es muy beneficioso ya que gastamos energía y perdemos concentración, provocando, primero, una fuga energética invisible en poco tiempo, pero fatal en pruebas más extensas, y segundo la posibilidad de tropezar o doblarnos una extremidad y terminar lesionados.
Por último, observar a cada minuto al reloj tampoco es buena idea: se pierde la mecánica de la carrera y psicológicamente suele pasar que las pulsaciones aumentan por la ansiedad o el estrés de estar preocupados por la zona de frecuencia cardíaca.
De todo lo anterior podemos concluir que la mirada de los otros nos constituye, pero no nos define. La expectativa que me hago de los demás puede tener un efecto negativo o positivo, dependiendo del tipo de influencia. Lo que sí nos define es saber dónde poner nuestra atención: el poder corregir este aspecto nos convierte en personas (deportistas) menos severos, selectivos y más propensos a conectar con nuestras sensaciones y objetivos.
Lic. Matías Sosa M.N N°46133 / M.P N°46921
